lunes, 6 de julio de 2009

Hombre, masculinidad y familia. José Liza Jaramillo, Mesa Evangélica Juvenil (MEJ)


HOMBRE, MASCULINIDAD Y FAMILIA

José Antonio Liza Jaramillo. Bachiller en Ciencia Política de la Universidad Nacional Federico Villarreal, miembro de la Mesa Evangélica Juvenil (MEJ). Iglesia Metodísta del Callao. La presente es una reflexión personal, desde mi experiencia individual, a partir de las preguntas planteadas por los organizadores del conversatorio. No quiere ser una disertación académica, pero sí quiere ser un esfuerzo a este espacio de reflexión y diálogo.

Concepto de “hombre”
Primeramente, prefiero para mi exposición utilizar el término “varón”, porque “hombre”, en castellano, designa a la “humanidad”, y este término entonces incluye tanto al varón como a la mujer. La preferencia se basa en que el varón, en nuestra sociedad milenariamente patriarcalista, se ha adjudicado o atribuido a sí mismo la “especia humana”, que hace llamar “el hombre”, como si fuera el único hombre sin más. La mujer así entonces es relegada a ser una “segunda especie”, un “segundo sexo”. Pero el tema que me toca ahora es reflexionar sobre lo que es ser “varón”, de manera que la polémica provocada puede pasar a otro momento.

Desde mi confesión de fe (cristiana evangélica), me gustaría remitirme a la Biblia. En Gn. 1, 26-27 se lee: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre (en hebreo, “adam”=humanidad) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre (otra vez aparece el término “adam”), a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.” (Versión Reina Valera 1995). Este texto nos dice que el varón, como parte de la humanidad (en hebreo “adam”), es imagen y semejanza de Dios, la culminación de su perfecta obra creadora, por lo tanto, un ser especial en comparación a todo lo demás creado.

¿Qué se quiere decir con “imagen” y “semejanza”? Se quiere decir que el ser humano, y en este caso particular, el varón, está dotado de características tales que le permiten tener una relación personal con su Dios, y que además puede ejercer, como “representante” de este, el gobierno del mundo (lo creado), tal como se lee en Gn. 1, 28: “Los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. (Versión Reina Valera 1995). Vale decir, el varón, como parte de la humanidad creada a “imagen y semejanza de Dios”, está llamado a tener la responsabilidad de administrar y gobernar toda la realidad creada. En este mandato llamado también “cultural”, se puede ver también el llamado a la función de “padre”, en cuanto generador de vida.

Concepto de “padre”
Quiero presentar aquí una problemática. En los textos bíblicos encontré lo siguiente (todos los textos en la Versión Reina Valera 1995):

1 Cor. 11, 3: “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo”.

Ef. 5, 23: “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”.

Estos textos han sido fundamentales para entender el “deber ser” del padre cristiano. Pero si vemos bien, estos textos más nos remiten a una relación de pareja (esposo-esposa), más que hablar de una paternidad. Además, el primer texto está dentro de un contexto en el que se habla de la participación del varón y de la mujer en los cultos y reuniones, más que en su comportamiento en el hogar.

Se puede leer un texto en Ef. 6, 4; que puede aludir a la función de padre: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Al parecer, para la fe cristiana, tanto la función de esposo como de padre, está basada en el “amor”, hacia la esposa (entregándose por ella, “como Cristo se entregó a la Iglesia”), hacia los hijos y las hijas (sin ira, sino con “amonestación del Señor”). Un ejemplo clave puede encontrarse en la parábola del “hijo prodigo”, en Lc. 15, 11-32. El buen padre recibe con amor al hijo que a pesar de su rebelión, se arrepiente y decide volver a casa.

En todo caso, la concepción cristiana de “padre”, está muy ligada a la concepción de “cabeza”, entendida esta palabra como “representante de Cristo”, así como en Génesis hemos visto que el varón, como ser humano en particular, es “representante de Dios”. Por tanto, el padre de familia, como “representante de Cristo” en el hogar, no solamente debe cumplir su función social de jefe y proveedor, sino que también es llamado a ser “pastor” de su casa, lo que quiere decir que la “salud espiritual” de su esposa y de sus hijos e hijas, está bajo su responsabilidad. Así puedo pasar a tratar de responder la tercera cuestión.

Situación actual
Más que una respuesta quiero hacer una reflexión. Creo que estamos viviendo en nuestra sociedad, una crisis del “modelo de padre”, a partir de que la realidad nos muestra la existencia de hogares donde este padre está ausente, muchas veces por la irresponsabilidad del varón para asumir esta función social, como también la ignorancia y el miedo que causa el tomar tremendo papel. De manera que al lado de la “madre sacrificada” del imaginario popular, está el “padre irresponsable” que no reconoce a sus hijos o sus hijas, pero también debemos decir que está el varón que obligado a cumplir el rol de proveedor material en la familia, tiene que partir al exterior o simplemente al no poder más cumplir con el rol que le asigna la sociedad, abandona dicha familia. Tal vez ese “irse de viaje” inconscientemente es una manera de “escapar”. ¿Cómo puede ayudar la fe cristiana a mejorar esta realidad?

Es evidente que el cristianismo, como sistema de pensamiento, ha bebido de tradiciones culturales patriarcalistas, como por ejemplo del judaísmo, tal es así que a nuestro Dios le llamamos “Padre”, pero también ha influenciado en el pensamiento moderno occidental, de manera que muchas veces incluso ha justificado una sociedad donde el varón es la “medida de todas las cosas”. Es así que se entienden por ejemplo, las posiciones paulinas sobre lo que es el ser o la esencia del varón, o del “ser masculino”: el varón es “imagen y gloria de Dios”, el marido es “cabeza de la mujer”, etc. Pero también se encuentra en el pensamiento paulino, que la preponderancia del varón, será efectiva siempre y cuando cumpla su función en su propia casa. Por ejemplo en 1 Tim. 3, 4-5 dice: “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” Está claro pues, que su función como “cabeza del hogar”, como buen “padre de familia” se ve reflejada en el aspecto público (en este caso, el gobierno o administración de la iglesia).

Un ejemplo de ello, es cuando en muchas iglesias evangélicas se busca un pastor, uno de los requisitos indispensables es que este sea casado. Se piensa que sería así un “mejor ejemplo” para las demás familias de la congregación. Claro que este ejemplo me parece una exageración, porque se relega a los pastores solteros o divorciados, separados, etc.

Se puede decir que el ser “varón” y el ser “padre” van casi ligados, son como casi “sinónimos”, o en todo caso, como que lo primero se “completa” o se “realiza” en lo segundo.

Sin caer en el extremo del ejemplo antes mencionado, y sin caer también en el extremo de legitimar una sociedad dominada por el varón, pienso que el cristianismo puede hacer un aporte a partir de estas concepciones antes señaladas, para revalorar y/o rescatar la función social de “padre”, tan venida a menos y tan incomprendida en estos últimos tiempos.

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