lunes, 13 de septiembre de 2010

David Limo, ponencia en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP)

1er Ciclo Multidisciplinario de Conferencias sobre Sexualidad.
Facultad de Letras y Ciencias Humanas y la Asociación Encuentro Psicológico
Pontifica Universidad Católica del Perú

Espiritualidad y Derechos: protegiendo el “ser diferente”

Rev. David Limo, ss.aa.
Sacerdote Anglicano.
Consejero Global para América Latina y el Caribe
de la Iniciativa de Religiones Unidas (URI).



El tema al cual he sido invitado pasa por mi mente como una especie de resumen en mi vida, y no ha sido un ejercicio tan fácil, el recuerdo de convivir con la pesada carga de racismo, intolerancia sexual, discriminación económica y homofobia sobre personas y grupos afectados por el VIH y Sida, me ha llevado al desamparo, la impotencia y la desolación, mas de una vez.

Caminar en el sendero ecuménico e interreligioso, y descubrir que nuestras declaraciones teológicas no son suficientes frente al VIH y Sida, la pobreza, la diversidad sexual, al igual al histórico despojo cultural cimentado en nuestros pueblos indígenas, me indicaba que era necesario replantear mi propia espiritualidad.

Luz y oscuridad me advierte que en la vida hay más preguntas que respuestas, hay más oportunidades que mediocridades.

¿Porque en medio de este caminar puedo hablar de espiritualidad y derechos humanos?

Permítanme indicarles las siguientes razones:

(1) Porque vivimos un pluralismo religioso que nos enriquece.

El mundo se ha mundializado, y hoy ya todos existimos unos junto a todos los otros, por el bombardeo permanente de los medios de comunicación social, aun antes de que viajemos y vayamos físicamente al encuentro de los otros.

En esta vecindad universal obligada a que nos somete la mundialización ante los pueblos, culturas y religiones del planeta, el “sentido de la vida” deja de ser para nosotros (para cada pueblo, para cada sociedad) “el sentido”, pasando a ser “un sentido”, un sentido más entre otros, el sentido concreto en que nosotros hemos nacido, el sentido que a nosotros nos ha sido dado (o que nos hemos construido). Por lo tanto, ya no podemos desconocer que hay otros sentidos, y un incontenible instinto de realismo nos dice que ninguno de ellos puede pretender ser “el” sentido, “el único” sentido.

Pluralidad de religiones siempre ha habido en la humanidad. Lo que no ha habido es pluralismo, aquel que empieza cuando las religiones toman contacto (en vez de ignorarse) y establecen alguna forma de reconocimiento mutuo y, eventualmente, de colaboración. Es una realidad inevitable en un mundo crecientemente unificado como el actual. El diálogo, la mutua influencia entre las religiones, ha comenzado ya de hecho y está en curso en la arena de la vida religiosa de la humanidad, aun antes de los diálogos oficiales de las cúpulas de las distintas religiones.

(2) Porque vivimos una nueva espiritualidad envolvente y unificadora.

La espiritualidad va a dejar de ser un campo separado de la vida y sometido a la religión para convertirse en una dimensión profunda de la vida en plenitud. Es una espiritualidad mayormente desligada de las religiones, laica, simple y profundamente humana. Quizá estamos yendo hacia un “postcristianismo”, o tal vez un “precris-tianismo”, es decir, un fenómeno espiritual como el movimiento de Jesús “antes del cristianismo”.

Somos testigos de un “antes del ser religioso” y me refiero el “ser espiritual”. Tal espiritualidad que no va a ser hallada en los libros (Sagradas Escrituras) sino en la misma persona humana. Su dignidad será motivo de ver la espiritualidad como la forma envolvente y unificadora de entender toda la vida: Dios o como quieran llamarle, el hombre, la muerte, el universo, la historia, el amor. Es así que la espiritualidad no es mera tolerancia. Ni siquiera es aceptación. Es el sentimiento de unicidad universal.

Cuenta la siguiente anécdota que un rabino pregunto a su discípulo: ¿Cuando empieza el día? Respondió el discípulo: “Cuando soy capaz de distinguir entre el terebinto y la palmera”. “Eso no es suficiente” replico el rabino. A lo que repuso el discípulo: “¿Tal vez cuando consigo distinguir entre un perro pastor y una oveja negra…?” Y concluyo el rabino: “Tampoco eso es suficiente. Solo será de día cuando consigas reconocer a tu hermano en el rostro de cualquier otro hombre”.

En Grecia, Sócrates ilumina la realidad a partir del conocimiento de sí mismo. En cambio, Emmanuel Levinás, filosofo lituano judío, cuestiona la máxima socrática del “conócete a ti mismo” y se propone abordar al otro hombre a partir precisamente de la proximidad, del movimiento de si mismo hacia el otro.

Ante la desigualdad y exclusión que agranda la brecha de separación entre los seres humanos por el tener, el saber y el poder, hay un surgir de la envolvente espiritualidad basado en la “regla de oro”, presente en casi todas las religiones, como base común e impulso ético capaz de implantar unos mínimos de justicia y libertad que dignifiquen la vida humana y la misma continuidad del planeta tierra. “Tratar a los demás como quieres que los demás te traten a ti” es el núcleo de esta espiritualidad con profunda afinidad a la espiritualidad latinoamericana que se expresa en el imperativo categórico del amor como justicia liberadora.

En consecuencia, lo que llamamos “espiritualidad envolvente”, estará siempre muy pegada a la vida y a la tierra, ejerciendo adultamente su libertad y responsabilidad en el mundo, siendo crítica con todas los poderes fácticos que pretendan tutelarla y emancipándose de todas las instancias e instituciones —aún de las mismas religiones— que intenten recortar la dignidad de todo ser humano. O dicho de otro modo, no renunciando nunca a la aventura de vivir en plenitud con el otro.

Finalmente, una persona espiritual es una persona normal, es una persona sana. En la vida ordinaria, cuando una persona ama a otra, pasa la mayor parte de su tiempo con esa persona en particular. Consagra su precioso tiempo a esa persona, algunas veces se somete a los caprichos de la otra persona, aún cuando estos sean absurdos. Se entrega porque ambos han formado un lazo externo e interno basado en su amor. De modo que cuando una persona ama a otra, está dispuesta a sacrificar incluso su preciosa sabiduría. En la vida espiritual es completamente distinto. Para el ser espiritual el amor nunca nos ata. Muy al contrario, nos expande y nos libera.

(3) Porque vivimos en medio de sociedades segregadoras.

Es por demás innecesario explayarse en lo evidente (a mi entender): la derecha, el capital, los poderosos, llevan la hegemonía en este mundo actual. Se suele decir de muchas maneras: el neoliberalismo ha triunfado, estamos en una revolución de la derecha, se ha dado estos años una avalancha del capital contra el trabajo… La “globalización” financiera mundial, el dominio y el control que el capital ha logrado articular a nivel planetario, ha ocasionado la individualización del ser humano como trabajador, usuario y consumidor, y ha disuelto su pertenencia a las colectividades vitales: la familia, la tribu y la comunidad rural, que eran las seguridades sociales naturales del ser humano en la infancia, en la enfermedad, en la invalidez y en la vejez. Por esta razón, el Estado moderno se ve obligado a organizar un sistema estatal de seguridad social, cuyas prestaciones deben compensar las disoluciones de las colectividades vitales de antaño.

Por lo tanto, no podemos esperar de las sociedades en las cuales vivimos que se fomente la libertad e igualdad de todos los seres humanos, porque segrega a quienes son incapaces de trabajar y disfrutar bienes de consumo: los niños pequeños son enviados a los “jardines de infancia”, los enfermos a los hospitales, los impedidos y los ancianos a instituciones perfectamente aisladas.

Se puede sostener que el principio natural de asociación, según Aristóteles, consiste que “los iguales tienden a asociarse entre sí”. La igualdad de especie, de sexo, de posición social, de situación económica y de moral crea comunidad, porque garantiza homogeneidad. Pero también este principio causa el aislamiento social de los demás, de la segregación, del apartheid, de la xenofobia, homofobia y del antisemitismo.

(4) Porque nuestros movimientos sociales (incluyendo las religiosas) deben redimir los derechos humanos y ponerlos al servicio de la causa de los marginados y excluidos.

En un «mundo administrado» (Th. Adorno). La estructura y el funcionamiento del mercado constituyen la antítesis de los derechos humanos. La fuerza de la competencia es decisiva en la economía liberal. Los más aptos sobreviven y los demás perecen. Lo que se basa en la igualdad es contrario a la dinámica de esta economía. La desigualdad es incluso necesaria para la seguridad y para que el capital multinacional obtenga beneficios. Sin embargo, la piedra angular de los derechos humanos es el principio de igualdad.

La salida de esta contradicción consiste en convertir los derechos humanos en medios al servicio de los poderosos para proteger sus intereses en lugar de escudo de los marginados y excluidos. Y esto tiene que ver con el hecho que el origen de la formulación de los derechos humanos sea caracterizado por su ambigüedad.

Recordemos que la experiencia de la segunda guerra mundial condujo a la formulación contemporánea de los derechos humanos. La barbarie descubría la irracionalidad que engendra el pretexto de crear un orden de racionalidad perfecta. Así la inspiración de la que procedían los derechos humanos fue doble: por una parte, la proclamación de los derechos humanos de tradición liberal, centrada en reclamaciones de derechos civiles y políticos; y por otra, el correctivo introducido, por parte de las Naciones Unidas, de los derechos culturales y económicos. Nos encontramos, así, con un cierto hibridismo en la articulación de los derechos humanos, con dos tradiciones que no fueron plenamente integradas.

Por lo tanto, el desafío actual consiste en redimir los derechos humanos y ponerlos al servicio de la causa de los marginados y excluidos, comprendidos en los nuevos interlocutores en la arena de los derechos humanos, mal llamadas “minorías”, que abarcan los aspectos étnicos, sexuales, religiosos, lingüísticos y culturales, que han introducido nuevos aspectos a los derechos humanos.

La práctica de los derechos humanos exige que el sujeto de las víctimas se sitúe en el centro de todo. Esto exige un punto de partida diferente, diferentes presupuestos filosóficos y una orientación espiritual novedosa y envolvente. Ahí donde se vulnera, se viola, se desplaza, se priva de los derechos humanos, de ningún modo hace referencia a individuos abstractos, sino sujetos y victimas, situadas en una historia concreta con un rostro concreto.

Debemos devolver el discurso sobre los derechos humanos no tanto a la inteligencia de los entendidos en derecho, sino a las mismas victimas, que deben convertirse en sujetos activos del discurso y defensa sobre los derechos humanos. Que le da continuidad a esa tradición de resistencia social de luchas sociales que inspiran confianza social, que tanto falta en nuestros días.

Hoy necesitamos una vibrante sociedad civil como medio importante para proteger a los excluidos y marginados para asegurarles sus legítimos derechos democráticos ante todas las formas institucionales u organismos. La sociedad civil se encuentra entre el Estado y el individuo. La sociedad civil es el espacio en el que la gente interroga al Estado y protesta cuando este va en contra del bien público.

Por ser la sociedad civil un medio importante para reforzar los derechos humanos, pueden imaginarse que el Estado y el mercado quieren apoderarse de ella. Por lo tanto es vital, que la sociedad civil se una a los nuevos movimientos sociales pro derecho complementado con las luchas sostenidas de las víctimas. Porque los nuevos movimientos sociales son fuentes para la formulación de nuevos derechos humanos y la formación de defensores en derechos.

Pero todo lo anterior, debe realizarse en la ternura y la generosidad del acontecer cotidiano. Al final de los tiempos (esta es mi esperanza), todos vamos a compartir una paz perdurable, cualquiera que sea su forma. Juntos al final, estarán conmigo el poderoso y el débil. El homofóbico y el homosexual como la lesbiana, el explotador de trabajadoras sexuales y los(as) trabajadoras sexuales. El fraudulento empresario y el esclavo obrero, el violento y los desaparecidos, el moralista y el discriminado, víctimas y victimarios, los justos de siempre y los convertidos, con sus mosaicos multicolores de ternura, arrepentimiento, expiación, fracasos, con su humanidad restituida. Comprendiendo que al final ellos y ellas no solo estarán junto a mí, son yo mismo y yo, ellos y ellas.

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